Odio esto. Este intento de planteo existencial que me hacen. Sí, es así. Soy Rosario y tengo quince años. Te lo digo a vos, a él y a todos. Mi escala de valores definitivamente no coincide. Y me parece genial. Tengo mi mundo, y cada uno el suyo. Me da vuelta la cabeza que no entienda como es esto. Que juguemos veinte veces este juego loco del dígalo con mímica en el que se puede hablar, pero yo juego intentando averiguar qué carajo me quiere decir. Y yo no digo, no me deja. Cada palabra mía son veinte de él. Pero en mayúscula. Me genera impotencia, ganas de revolear algo y que no me pise de una vez por todas.
Es un diez, es perfecto bajo varios aspectos. Pero bajo este definitivamente no. Y no creo que haya libro que le enseñe a decir las cosas. Que le enseñe a dejar hablar.
Y esta bronca que no es ni angustia, ni tristeza, ni incomprensión, sólo bronca; lo único que hace es de manera literal ir agujereando cada vez más lo que tengo adentro, que ya no sé ni qué tengo.
Éstas son las cosas que me hacen sentir. Y yo nunca siento. Esto me hace sentir que de una vez por todas, soy un poquito normal. Pero no es su propósito, todos lo sabemos. Tengo llaves de mi casa, no tengo las llaves de mi cabeza. No puedo hacer que sepa todo lo que pienso. Y aunque encontrara las palabras para decirlo. E intentara abrir la boca, las palabras harían como cuando la lluvia choca contra el piso. Y sólo eso. Con más lluvia arriba...
No quiero quedarme callada, no lo hago. Porque en este álbum de sentimientos, aunque siga y siga comprándome paquetes viene bronca. Cada vez más bronca. Y siempre la misma historia, la figurita repetida. Un clásico de ayer, de hoy, y viendo como es esa cosa, de siempre...