Qué absurdo. Depresión, obsesión por un hombre del que ya ni sabía dónde vivía, del cual se había enamorado perdidamente en su juventud puesto que, como todas las otras chicas de su edad, Zedka era una persona absolutamente normal y necesitaba pasar por la experiencia del amor imposible.
Sólo que, al contrario que sus amigas, que apenas soñaban con el amor imposible, Zedka había decidido ir más lejos: intentaría conquistarlo. Él vivía al otro lado del océano, y ella vendió todo para ir a su encuentro. Él era casado, y ella aceptó el papel de amante, haciendo planes secretos para un día conquistarlo como marido. Él no tenía tiempo ni para sí mismo, pero ella se resignó a pasar días y noches en el cuarto de un hotel barato, esperando sus escasas llamadas telefónicas.
A pesar de estar dispuesta a soportar todo en nombre del amor, la relación no funcionaba. Él nunca se lo dijo directamente, pero un día Zedka comprendió que no era bien recibida, y regresó a Eslovenia.
Pasó algunos meses casi sin comer, recordando cada instante de los que estuvieron juntos, reviviendo miles de veces los momentos de alegría y placer en la cama, intentando descubrir alguna razón que le permitiese tener fe en el futuro de aquella relación. Sus amigos empezaron a preocuparse, pero algo en el corazón de Zedka le decía que aquello era pasajero: el proceso de crecimiento de una persona exige un cierto precio, que ella estaba pagando sin quejarse. Y así fue: cierta mañana se levantó con unas inmensas ganas de vivir, se alimentó como no hacía desde mucho tiempo atrás y salió a la calle a buscar empleo.
[...]
El corazón de Zedka se aceleró, quizás por el presentimiento de algo malo, como un accidente de sus hijos. Volvió corriendo a la casa: estaban viendo televisión y comiendo palomitas de maíz.
La tristeza, sin embargo, no se disipó. Zedka se acostó, durmió casi doce horas seguidas y, cuando se despertó, no tenía ganas de levantarse. La historia de Preseren había hecho volver a su mente la imagen de aquel primer amante, de cuyo destino no volvió jamás a tener noticias.
Y Zedka se preguntaba: ¿Habré insistido lo suficiente? ¿Debería haber aceptado el papel de amante en vez de querer que las cosas se amoldasen a mis expectativas? ¿Luché por mi primer amor con la misma fuerza con que he luchado por mi pueblo?
Zedka se convenció de que sí, pero la tristeza no se alejaba. Lo que antes le parecía el paraíso -la casa cerca del río, el marido a quien amaba, los hijos comiendo palomitas de maíz delante de la televisión- comenzó a transformarse en un infierno.
[...]
Una tarde ella se acostó, sufriendo por amor como no había sufrido nunca antes, ni siquiera cuando tuvo que volver a la aburrida cotidianeidad de Ljubljana. Pasó aquella noche y todo el día siguiente en su habitación. Y otro más. Al tercer día, su marido llamó a un médico, ¡qué bueno era! ¿Cómo se preocupaba por ella! ¿Sería posible que ese hombre no entendiera que Zedka estaba intentando encontrarse con otro, cometer adulterio, cambiar su vida de mujer respetada por la de una simple amante escondida, dejar Ljubljana, su casa y sus hijos para siempre?