Dibujar su inicial en los apuntes, los libros, incluso en tu mano. Sonreír cuando te hablan como si fuera lo más gracioso del mundo y decir “¿de quién?” irónicamente a la pregunta “Te veo diferente ¿te haz enamorado?”. Obsesionarte con las llamadas perdidas, su voz, sus mensajes interminables, y las despedidas aun más largas. Creer que su olor ha de formar parte de cualquier molécula de oxígeno que inspires, que sus pupilas y su iris van a acabar de trastornarte. Y es entonces cuando llegas a la conclusión de que ya estás perdiendo la noción de la cordura básica.

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